Revista Virtual de Arte y Literatura ARLEQUIN 3

jueves

Art & Cuento Corto

UNA ESTANCIA EN TU BOCA
Victor Van Amadeus

Haber, veamos todas las cosas claramente, fuera de exaltarnos; es necesario no sentir nada, para que así no se confundan los fines a la que perseguíamos y a los que en la vida nos evocaríamos a buscarlos; no, es un delito hacer eso, al menos para mí, por estos tiempos, más bien nuestra intención, la mía, era y es de acercarnos mutuamente, sin ninguna presión, sin ningún interés de por medio que cambie nuestra visión inicial, pues eso lo deseamos y lo queremos, no queremos mezclar papas con camotes, sino solamente rozar unos cuerpos adormecidos por la rutina y la monotonía, para comenzar, claro está, el gran viaje que nos incita al momento en que nos vemos fijamente, por casualidad, o por error, y por todo lo demás, que hace que veamos unos ojos espantados, sorprendidos de tales coincidencias pero que al fin y al cabo son producto de un esfuerzo inconsciente de sabernos presentes, agraciados o desgraciados.Pues esas coincidencias forman la cara de la vergüenza, convencidos de que algún día dejaremos estas cosas, ya que todo cansa en esta vida, hasta los actos que hacemos diariamente, y ni qué decir de las palabras, éstas son las primeras en borrarse del mapa para pasar al cementerio de frases, que después de recordarlas nos ruborizamos por tanta tontería dicha en las cortas conversaciones que se tuvieron en unas largas tardes. En aquellos ocasos, ni cuenta que nos dábamos cuando el sol hirviente se moría detrás de tus espaldas. Empezaba a ser un recalcitrante frío, obligándonos a retirarnos hasta al siguiente día. Donde inevitablemente nos teníamos que ver, nuevamente teníamos que fingir que nunca nos hemos visto, ni hablado, porque era ahí donde poníamos a prueba nuestra resistencia de no cruzar palabra alguna, ni mucho menos acercarnos para tocar nuestros dedos y percibirnos vivos.La verdad es que me parecía mejor continuar con todo esto, como lo fue hace tiempo, con el primer beso en el quinto piso de una vieja biblioteca, luego de las clases de anatomía, el momento demandaba hacer algo más esa vez, pues acaso eras tú la que prendió la mecha, y ya no paramos más, pero fue ese primer beso, no lo hicimos bien, que demoró nuestro paso hacia la congraciada rutina; esta vez no pasaban revista por nuestras actividades, éramos clandestinos, unos prófugos de los amigos y profesores, pues nos buscaban desesperadamente, como en los tiempos de la guerra interna, con la diferencia que aquellos tiempos llovían balas, hoy solamente llovían gritos y reclamos, ¿Dónde estábamos? ¿Qué hacíamos?¿Para qué nos reclamaban, si no éramos imprescindibles para todos?Esta desesperación de nuestros amigos de encontrar algún sentido en nuestra unión, era un problema muy difícil de solucionar; y es más, trataron de recurrir a psicólogos para buscar la razón de nuestra pérdida de juicio, porque eso es lo que argumentaban, que estábamos locos, si aún no nos habían visto pegados o conversando de cosas que solo nos incumbían a nosotros. No concebían en su cabeza –tus amigas– que mis manos pudieran pasar por tus cabellos de manera exaltada, para nada; tampoco concebían que nuestras bocas sedientas de un éxtasis incompleto, forjaran alguna mezcla imperfecta de aliento y saliva; que ellas fueran capaces de incorporarse después de un maremoto; ¿Qué podían ellas pensar de ti, entonces? Y sobre todo ¿qué podrían pensar, mis amigos, de mí? ¿Es que acaso mi reputación estaba corriendo peligro? No creo que me negaría a negar que ya la conozco demasiado para decir que solo somos unos desconocidos en un salón conocido; ante todo estaba mi orgullo, que me conducía a decir abiertamente “no la conozco” “¿cual es su nombre?” cuál es su nombre…. sabía todo lo necesario para ubicarla en donde sea posible verla perdida. Pero este conocimiento era un conocimiento, no de su familia, no de sus estudios, menos de los anteriores sátiros que se involucraron con ella, sino se trataba de un conocimiento que rozaba con el misterio, con lo agnóstico, un conocimiento que nadie llegó a descifrar sino solo yo, cuando de interpreté sus murmullos y sus gestos, e iniciamos la gran revelación del calor, estábamos febriles, mientras que afuera de nuestros cuerpos, corría sin rumbo un enorme ventarrón; casi nos daba soroche, nos asfixiábamos desesperados de no encontrar un nuevo método para encontrar la paz en mis labios, en tus labios, si no que tan solo hallábamos angustia, desconcierto, y un cierto placer grotesco y violento de saber que pronto se tendría que acabar esto inesperadamente, pues luego de esto, del término de este trance, se despejaría esta atmósfera blanca, volveríamos a tener un frío puntiagudo que llegue hasta nuestros huesos, bajaríamos lentamente, separados, de un extremo a otro, viendo si nadie no nos ha visto bajar, tú primero saldrías para afuera y luego de esperar muchos minutos, saldría yo, como si nada hubiera pasado, eso notarías claramente en la expresión de mi cara. Entonces no te miraría más, nada, me excusaría ante ti, para que me dieras permiso para salir y perderme entre la muchedumbre. Tú correrías sin proferir un adiós…como siempre.
VICTOR VAN AMADEUS

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